miércoles, 23 de noviembre de 2016

La Lactancia Materna

¿Cuál es el alimento ideal para un recién nacido?


Sin duda, la leche materna y, de forma primordial, el primer calostro; ya que apenas contiene grasa ni calorías, pero en cambio aporta el principal sustrato inmunológico que se implantará en nuestro bebé y de donde surgirá posteriormente toda la línea de defensas orgánicas necesarias para la vida.

A parte de todo esto, nada más nacer, si la madre da el pecho al niño, la primera succión que él ejerce en la mama aumenta la liberación de la hormona oxitocina, la cual contrae el útero para disminuir la hemorragia postparto y al mismo tiempo favorecer la inmediata expulsión de la placenta.

La primera secreción es de gran contenido acuoso, por tanto sacia la sed del bebé, y posteriormente aparece el calostro, el cual estimula el aprendizaje inmune para el consecuente desarrollo de la tolerancia inmunológica y la paliación de posibles alergias. Los lactobacilos específicos como los bífidus, se transforman de lactosa en ácido láctico para entonces constituir el fermento necesario que repoblará toda la flora bacteriana intestinal del recién nacido.

Defender la leche materna es aumentar la salud de nuestro hijo. Solamente debe rechazarse si la madre está administrándose algún tipo de fármaco, ya que parte de su contenido pasaría a la leche, contaminándola.

Es importante tener en cuenta que la hora de la lactancia ha de ser un momento tranquilo, rodeada de un clima relajado para los dos y en una postura cómoda, como por ejemplo ayudándose de un cojín especial de lactancia que mantiene los hombros en posición relajada. Esto es porque si el niño no está cómodo succionará de manera más fuerte provocando fisuras en el pecho y causando así mismo dolor, además el bebé tragará más aire y por tanto le provocará cólicos. Después de la ingesta ha de colocarse al niño en posición vertical y golpearle ligeramente la espalda para que expulse los gases.

La leche materna es como bien vemos: insustituible. Hasta el sexto mes, y como mínimo hasta el cuarto, debería ser su alimentación exclusiva. Respecto a sus ventajas podríamos mencionar muchas, pero entre las ya citadas incluiríamos también las tres siguientes como principales:

  • Se encuentra en todo momento disponible y además a la temperatura ideal que el niño necesita.
  • Potencia la salud física y emocional del niño.
  • Crea un vínculo inigualable entre la madre y su hijo, el cual marca la base emocional entre ambos durante toda la madurez del niño y la educación a lo largo de la adolescencia.

Las diferencias con respecto a las fórmulas adaptadas son:

  • La natural contiene mayor proporción de lactosa, de manera que la parte no digerida por el intestino del niño es eliminada en forma de ácido láctico provocando la fermentación necesaria para la implantación de las cepas bacterianas que componen su línea defensiva.
  • Contiene además hidrocarburos probióticos, inexistentes en las fórmulas preparadas, los cuales aumentan la proporción de flora acidófila, responsable de la madurez de su aparato digestivo.
  • También aporta otro tipo de hidrocarburos encargados de la maduración de todo su sistema nervioso central y periférico.

Respecto a la leche de vaca la comparación sería la siguiente:

  • El contenido en lactosa es mayor en la leche materna que en la vacuna, así como la proporción de los diferentes tipos de hidrocarburos. Por esta razón la humana tiene mayor poder de regulación inmune.
  • En cuanto a la grasa, la materna posee más cantidad de colesterol, el cual es necesario para la constitución de las membranas celulares de sus tejidos nuevos. Aquí podríamos destacar que durante toda la infancia del niño lo correcto sería darle leche entera y nunca desnatada, salvo casos excepcionales con problemas de obesidad. Esto es porque el organismo en su maduración requiere del aporte de colesterol y también de una correcta proporción de grasa necesaria para el transporte de las vitaminas A y D, las cuales resultan fundamentales en la absorción del calcio durante todo el crecimiento óseo de los primeros años de vida.
  • Además la parte grasa de la leche también contiene ácidos grasos omega tres, como es el caso del DHA, responsable de la maduración del sistema nervioso hasta el sexto año de vida e incluso a lo largo de la llamada segunda infancia. Pero hemos de decir que el contenido nutricional de la leche materna depende muy estrechamente de la dieta de la madre, por tanto, a mayor ingesta de alimentos ricos en omega tres, como el pescado azul (preferiblemente sardinas de pequeño tamaño con espina que también incluyen una proporción adecuada de calcio), mayor será el aporte de ácidos grasos poliinsaturados para su hijo a través de cada toma.
  • La leche de vaca posee una mayor concentración de grasa saturada en comparación con la poliinsaturada, es por tanto menos promotora del desarrollo neurológico y por el contrario más aterogénica, favoreciendo el desarrollo de placas de ateroma en las paredes vasculares por exceso de acumulación de colesterol tipo LDL.
  • La proteína de la leche de vaca está enfocada para que el ternero crezca de forma muy rápida, por ello contiene una gran concentración de beta-globulina y de caseína. En cambio, la leche humana, posee menos concentración general de proteínas, esto es muy poca caseína, y carece además de beta-globulinas. Además el tipo de proteínas son diferentes entre ambas por lo que el niño podría desarrollar una intolerancia a la proteína de la leche de vaca, con problemas secundarios de diarrea, reflujo, erupción cutánea, distensión abdominal e incluso asma alérgico. Por todo ello un niño no debería ingerir leche de vaca hasta alcanzar el primer año, evitando así posibles atopías a medio plazo.
  • En cuanto a los minerales, la de vaca tiene tres veces más sodio, por lo que podría matar al niño por deshidratación debido a una hipernatremia si la leche no es previamente modificada antes de su ingesta. Respecto al hierro, ambas son pobres en su concentración, por esta razón todo lactante a los seis meses desarrolla una ferropenia fisiológica que es paliada con el inicio de la alimentación complementaria que debe comenzar a introducirse a esta edad.
Una de las cualidades más asombrosas y únicas de la leche materna es que se adapta a las necesidades específicas del niño en cada momento de manera instantánea, ya que si la succión es más fuerte la mama produce mayor cantidad de leche, por esta razón el bebé debe mamar siempre todo el tiempo que desee, siendo él quien decide cuando está saciado y ya no necesita más alimento. De la misma manera cuando el niño pida comer debe ser atendido, o sino este proceso se rompe y comienzan los desajustes.

También la composición nutricional de la leche materna varía según van pasando los meses de vida, de modo que el contenido calórico va en aumento, un detalle que al mismo tiempo ayuda a disminuir de peso a la madre después del embarazo.

Hemos de tener en cuenta que la primera parte de la toma es agua, necesaria para la hidratación y la saciedad, y al final aparece la parte grasa, por ello es importante llegar a vaciar cada mama, hecho que la madre notará porque ésta va disminuyendo progresivamente de tamaño. De manera que en la última parte de la toma es donde se encuentran las calorías que colaboran en el crecimiento y desarrollo orgánico del bebé. Al iniciar la otra mama el proceso se inicia de nuevo, por tanto nunca son adecuadas las pautas cronometradas, pues no tienen en cuenta este gran detalle nutricional y fisiológico.

Así mismo a lo largo del día el contenido de la leche se va modificando; de modo que según va avanzando la noche la proporción del aminoácido L-triptófano es más alta para así favorecer el sueño del niño. Aquí también sería aconsejable por parte de la madre preparar una cena rica en proteína, como por ejemplo legumbre, plátano, yogur… evitando más los cereales a esta hora, ya que aportan hidratos de carbono que son sobretodo energéticos y lo que buscamos al finalizar el día es otorgarle un sueño reparador a nuestro hijo.


La introducción de alimentos complementarios a la leche materna sería de modo cronológico en las siguientes tres fases o etapas:

  1. Periodo lácteo > la alimentación estaría basada sola y exclusivamente en leche, sea ésta materna o sea adaptada.
  2. Periodo de destete, de transición o Beikost > se inicia entre el cuarto y el sexto mes y consiste en la progresiva introducción de otros alimentos y la consecuente disminución de la leche. De manera que la mama de forma espontánea va disminuyendo su producción.
  3. Periodo de maduración digestiva > es un proceso lento y gradual que se extiende hasta el tercer año de vida del niño, en el cual se debe ir aumento el abanico de variedad de alimentos nuevos, pero siempre de forma muy paulatina y en un orden concreto para aumentar la tolerancia inmunológica.

Si la lactancia materna no fue posible por alguna razón de peso, entonces se opta por las llamadas “fórmulas de inicio”, que son leches adaptadas indicadas para los primeros meses de vida, y después se debería pasar a las denominadas “fórmulas de continuación” a partir del cuarto o sexto mes y hasta que el niño cumpla los seis años.


Aquello que le transmitamos a nuestro hijo durante sus inicios, marcará profundamente toda su larga vida, tanto desde un punto de vista nutricional como emocional. Por todo ello, nuestro cuerpo que es muy sabio, sabe justamente lo que más le conviene al niño para crecer sano y así mismo crear la relación madre – hijo ideal que dará lugar a un entendimiento correcto entre ambos durante el largo trayecto futuro del paso del tiempo cotidiano.

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